Soy italiana. Llegué al país a los 48 y empecé a correr a los 72. En mi primera carrera me anoté como Elisa Sanpietro, pero se me quejaron porque nadie conocía mi apellido de soltera, así que le pedí perdón a papá [risas] y empecé a usar el apellido Forti.
Comenzaste a correr a los 72…
Sí, igualmente siempre hice deporte. Bah, en realidad hice hasta los 40, que tuve mi quinta hija y me dije que vóley ya no podía hacer. Hay que ir a entrenar, salir a jugar afuera, etc. Así que empecé tenis, porque con 2 personas ya estaba. También hice siempre natación.
Comencé a correr en una ocasión que viaje a Río. Iba allá por un gran pesar que tenía, así que aprovechaba para hablar con los pájaros, con las olas, con los árboles y siempre encontraba respuesta, paz, tranquilidad. Y ahí se me prendió la lamparita, así que empecé a correr sistemáticamente. Hasta que un día una chica amiga me dijo que iban a Villa la Angostura a correr. Esa vez no pude competir, porque no estaba anotada, pero empecé a entrenar en un grupo y no salí más. Al mes corrí la de Tandil y tardé como 5 horas.
No importa el tiempo…
No. Yo me anote en la de 10 K y todos me decían que era una locura. Cuando llegué al pie del monte me dije “Yo no paro acá, sigo y hasta donde llegue, llego”. Y llegué… y seguí corriendo hasta los 28 K.
¿Qué beneficios acarrea el correr?
Yo a veces salgo a correr sin ganas, aburrida. Me pongo las zapatillas de manera forzada. Pero una vez que estoy corriendo, veo el agua, los pájaros, que sé yo… Vuelvo con una paz, una tranquilidad única y dispuesta a afrontar cualquier cosa.
Para mi, cada carrera es un desafío con uno mismo. El momento de la salida, el momento de la llegada… son momentos que te glorifican. Lo primero que pensás es “pucha, si vencí esto, cuantas cosas puedo vencer en la vida cotidiana?”. Por eso siempre busco la manera de enfrentar los problemas como enfrento la carrera.
Nos mostrabas algunas fotos de tus logros. ¿Pudiste correr el Cruce de Los Andes?
Sí. Ya hacía 5 años que lo tenía en la cabeza y Gabriel, mi entrenador, me decía “No Elisa!”. Hasta que un día otra chica me invitó y yo le dije “preguntale a aquel” (a Gabriel). Entonces ahí dijo que sí. Para mi fue la felicidad más grande.
¿Qué sentiste corriendo en medio de la montaña?
El paisaje es único porque yo estaba acostumbrada a ir a Tandil, a Córdoba, a Mendoza, donde todo es piedra, pasto… Ahí, la aridez que produce la lava, es un espectáculo. En la primera etapa me fue bien. Ya en la segunda, cuando llegamos al campamento con mi compañera, empezaron los aplausos. Yo no lo podía creer y me decía a mi misma “por qué me aplauden si esto es algo que a mi me gusta?”. Esa expresión espontánea la guarda una en el recuerdo.
El running tiene eso: todos los que te pasan al lado te dan una mano, ya sea con la bebida, con una palabra de aliento, con un pedacito de pan, con un caramelo… Eso es único. Es el único deporte que yo encontré que representa la amistad y el compañerismo. No hay celos. Todos se ayudan.
Es increíble todo lo que uno puede aprender…
Un aprende a ser humano, a convivir con gente. Vos no podés convivir con gente a los empujones…
Por ahí vos lo comentás al pasar, pero esa primera etapa del Cruce de los Andes son 32 kilómetros. La segunda son otros 32 y la tercera son cuarenta y pico. ¿Cómo fue ese último día?
Yo le dije a mi compañera “no me exijas correr, voy a caminar rápido, no voy a parar y voy a correr en la bajada”. Cuando estás en el baile, bailás.
¿Qué pasó cuando llegaste a la meta?
Tendrías que ver las fotos de ese momento. Los lentes por el piso, el gorro por otro lado, pero todo eran abrazos.
¿De quién te acordaste en ese momento cuando llegaste?
Yo perdí una prima hace unos años, a quien conocía desde los 6 años. Fue mi amiga, fue mi hermana, fue todo. Tanto es así que la remera de esa carrera lleva el nombre de “Niti”, su nombre, no el mío. Lo último que ella me dijo fue que no dejara de correr. Me regaló una cadenita que llevo siempre y, cuando estoy corriendo y no puedo más, le digo “dale, dejá tus libros (ella escribía) y dame una manito, que no puedo más!”.
Hay mucha emoción cuando uno corre…
Sí. Corrí una carrera hace poco, de 10 K. Yo la corrí para entrenar, junto a gente que no conocía, pero todos los que me pasaban al lado tenían algo positivo para decirme. Y cuando llegué, la emoción que te sale de adentro, es como algo que hierve… no sé bien cómo explicarlo.
Muchas personas no corren argumentando que no tienen tiempo. ¿Se encuentra el tiempo?
Levantate una hora antes a la mañana! [risas] Cuando realmente lo querés, encontrás el tiempo para hacer cualquier cosa. Basta con querer. Y si te duele una rodilla, mantené el dolor a raya.
¿Qué se necesita en la vida para triunfar?
Ante todo querer vivir. Y aprovechar cada momento, cada cosa que te llega, del cielo, de donde sea. Y por otra parte, es importante no aplastarte. ¿Te vino una desgracia? Y bueno, todo el mundo tiene desgracias. ¿Quién sos vos para no tenerla? Entonces, poné los hombros derecho, calzate la mochila y salí a afrontarlo. Si salís a combatirla, la desgracia no te gana.
¿Qué desafíos te quedan por delante?
Cuando me pasó lo del pie (tuve una fractura) corrí los 25 K de Villa Ventana. Quería ver si el pie reaccionaba. Llovió toda la carrera, fue terrible, no podías correr en ese chocolate! Pero al final el pie me contestó bien y listo, corrí.
También tengo una nieta trabajando en Londres. Un día me llama y me dice “Nona, hay una carrera de 21 K acá, enfrente del Castillo de Windsor. Nunca corrimos y queremos correrla con mi marido. Venite”. Fui y la corrimos. Fue divino.
¿Qué invitación les harías a los que quieren empezar a correr?
Que prueben, que no digan que no. Antes de decir no, se prueba. Y después, si van a empezar, que empiecen por media hora, un día lindo de sol, que miren todo lo que tienen alrededor. Si te duele algo, una vez que entrás en calor el dolor se va. Segundo, si estás chinchuda, después de correr volvés en calma. Te desahogás.
Elisa, queremos agradecerte enormemente que nos hayas recibido…
No, por favor. Si sirve lo que hago, es una alegría. Que no sirva para mi sola, sino para los demás. Me encanta llegar a otros con este mensaje.
Elisa nos deja esa sensación de que tal vez no estamos haciendo suficiente, de que la felicidad está a la vuelta de la esquina, escondida en la emoción de la carrera, guardada en el recuerdo de los seres queridos que nos ayudan a enfrentar los avatares. Nos ha mostrado, en definitiva, que somos mejores por enfrentarnos a lo que parece imposible. Y si somos mejores personas, no hay ningún horizonte lejano. Fuente y entrevista de © Revista Iniciarwww.revistainiciar.com.ar
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